Mujeres de sal. 21. Enero 2011 | Por Laura Villadiego | Categoria: Camboya
La sal ha vuelto a emerger y ellas cubren de nuevo los campos. La temporada en las salinas acaba de comenzar y este año volveré a ir a verlas. Al final de la anterior temporada, en mayo, publiqué este artículo en Analítico sobre las mujeres que trabajan en estos campos. La página ya no está disponible y prefiero que no se pierda, así que lo vuelvo a publicar aquí. Durante esta temporada espero poder profundizar en sus historias e ir publicándolas en el blog, ya que su trabajo es especialmente penoso y está poco documentado. Es el lado más amargo de la sal.
La sal. Esos pequeños cristales que hacen que la boca se haga agua… Pero la sal no siempre es tan
sabrosa. Su recolección en los países subdesarrollados es una tarea ardua, que se realiza manualmente. Horas con los pies sumergidos en aguas abrasivas; transportando pesados canastos llenos del oro blanco. Horas bajo el sol, sintiendo cómo la piel se deseca y cómo las articulaciones se resienten. Un trabajo maldito que realizan principalmente mujeres, quienes tampoco pueden vivir sin su amarga sal.
Son las seis de la mañana y los campos de sal de Kampot, al sur de Camboya, comienzan a llenarse de almas mayoritariamente femeninas. Hasta que se acueste el sol, peinarán el suelo y harán montoncitos blancos que luego transportarán en canastos colgados a sus espaldas.
Chom Ly lleva recogiendo sal los últimos diez años. Mientras habla, se echa una mano a la espalda para intentar apaciguar el dolor de miles de horas de trabajo. “Estoy muy cansada y me duelen los huesos”, se queja. Tiene las manos roídas y la espalda achaparrada de transportar los más de quince kilos que pesan sus canastos llenos de sal. Un día tras otro, sin fines de semana ni vacaciones.
Las largas horas de trabajo en aguas de alta concentración salina le provocan reuma, úlceras en la piel y problemas gastrointestinales. Un estudio realizado por el Institucional Nacional de Enfermedades Ocupacionales de India en 2006 revelaba que dos tercios de los trabajadores de las salinas tiene infecciones oculares, algo más de la mitad presenta síntomas como dolores musculares o de cabeza, mientras que un 40 por ciento desarrolla enfermedades dermatológicas. Las mujeres tienen una mayor propensión al aborto y esperanza de vida se reduce drásticamente, debido al contacto continuo con las sales abrasivas.
Mujeres y pobres
El trabajo en las salinas está directamente relacionado con la pobreza. Sólo los que no tienen otro medio para ganarse la vida aceptan barrer los campos de sal. “Es un trabajo realmente duro, hace mucho calor, la gente que tiene dinero no necesita esto, sólo los pobres trabajamos aquí”, afirma Vong Sokorn, una de las más jóvenes del grupo. “La mayoría somos mujeres porque tenemos menos educación y menos posibilidades. No podemos hacer nada más”, añade Chom Ly.
En Camboya, las mujeres soportan el grueso de la economía, pero tienen menos posibilidades de promoción social. Desde jóvenes participan en la economía familiar y pocas tienen estudios más allá de primaria. Sus ocupaciones se relacionan principalmente con la agricultura, la venta en los mercados y la artesanía. “Es un trabajo muy duro y ni siquiera me gusta, pero no puedo hacer nada más y tengo que dar de comer a mi hijo”, asegura Sokorn, quien además debe pagar una deuda pendiente por una reciente operación.
Sam Bath, el director de la cooperativa de productores de sal de Kampot, asegura que ellos simplemente contratan a personas de la zona que están dispuestas a aceptar las condiciones. “Simplemente hay más mujeres que hombres que vienen a pedir trabajo”, afirma. Estas condiciones pasan por el duro trabajo, donde todo el proceso es manual, y por sueldos bajos e irregulares. Cada día ganan entre 1.000 rieles (0,15 céntimos de euros) y 2 dólares y medio, según la cantidad de sal que haya en los campos. Y sólo durante la mitad del año, porque durante la época de los monzones no se puede recoger la sal.

“Ni siquiera sé qué voy a hacer durante la estación húmeda que ya llega. De momento es todo lo que tengo”, afirma Sokha, otra de las trabajadoras. Mira al cielo y ve que el sol empieza a ponerse. Recoge sus canastos con una sonrisa en los labios. Hoy ha sido un buen día. Ha recogido mucha sal. Si todos los días fueran así podría sobrevivir dignamente. “Esto es así, ya veremos cómo nos va mañana”.
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