Un trabajo de sal a sal
Una vieja salina ofrece la posibilidad a todos los ciudadanos de descubrir el día a día de una marisma
Claro que cuando la crisis aprieta el cinturón no da otro remedio que remangarse el bajo de los pantalones y llenarse los pies de sal. Es lo que le ha ocurrido precisamente a Antonio Cortejosa, un fontanero afectado por la caída del ladrillo y «con dos niños y una hipoteca; tuve la oportunidad y decidí trabajar en la salina del Águila». Pero su historia es particular, ya que tanto su abuelo como su padre conocen la profesión, de manera que «intentaron que yo no siguiera la tradición por la dureza. Finalmente no lo han conseguido, ya ves. Y duro sí que es, al menos en el caso del Águila porque el trabajo de extracción no está mecanizado».
En la actividad organizada por el Centro de Recursos Ambientales Salinas de Chiclana volvió a revivir las viejas sensaciones con la pala y demostró que no ha perdido habilidad ni ganas de entrar a un tajo a romper y sacar la sal. Acompañado de sus hijos y sus nietos, en poco tiempo sacó una montaña blanca. También había personas que por primera vez se mentían en una salina y experimentaban la sensación de que las capas de sal se metan en los pies. «La verdad es que escuece un poco pero es algo especial porque parece como hielo; el trabajo es minucioso ya que debes romper las capas sin llegar al fango para no ensuciar la sal», explicaba Juan José López, que acudió con su hijo, Alberto, al que los tajos también le recordaban a «la nieve, aunque cuando te metes está caliente».
El sol cae y hace mas intenso el rojizo peculiar que rodea a la tajería, un color causado por un microalga halófila que experimenta una explosión reproductiva en ambientes de salubridad alta y donde habitan las artemias, pequeños crustáceos que atraen a los flamencos. Y es que una salina es un pequeño ecosistema. Y mucho más.
Últimos comentarios