El desierto de sal
La
salina del Gualicho, cerca de Las Grutas, una de las playas más
concurridas de la Patagonia, es territorio de leyenda. Crónica de una
visita al corazón del reino de la sal. El sobrecogedor espectáculo de
la noche en la estepa blanca bajo un cielo infinito de estrellas.
Por Graciela Cutuli [Pagina/12: TURISMO]
Son
las seis de la tarde, y un grupo animado está reunido en el centro de
Las Grutas, desdeñando el llamado de la playa en una espléndida tarde
de sol. Uno a uno, vamos subiendo en un vistoso camión preparado para
dejar atrás las rutas costeras rionegrinas y adentrarse en el desierto:
el destino de la expedición es la Salina del Gualicho, en el Bajo del
Gualicho, que con 72 metros bajo el nivel del mar es la segunda mayor
depresión de la Argentina, después del Bajo San Julián. También es la
salina más grande del país, con una superficie equivalente a la Capital
Federal; la segunda de América después del Salar de Uyuni, y la tercera
en explotación industrial. Sólo unos 60 kilómetros la separan de Las
Grutas, pero el contraste es tan intenso que la imaginación multiplica
la distancia por diez.
La salina esteparia
Lentamente,
sacudiéndose al ritmo que marcan los vaivenes del camino y espiado por
manadas de guanacos curiosos, el camión avanza por una ruta de ripio
que de pronto deja ver, allá a lo lejos, una difusa mancha blanca. Es
el primer avistaje de la salina, un oasis blanco en medio de la estepa,
que poco a poco se va acercando hasta que de pronto el camión ya está
circulando sobre una huella de sal y bajamos, entre asombrados y
conmovidos, en un enorme playón rodeado de altos bloques que parecen
nieve en polvo.
“El origen de este salar –explica el guía, rodeado de máquinas y
blancos bloques de sal– es netamente marino: cuando se empieza a elevar
la cordillera de los Andes, este sitio sufre una gran depresión e
ingresa el mar; por eso se encontraron fósiles de gran tamaño
correspondientes a costas. Cuando el mar se retiró, el agua estancada
se evaporó y por decantación la sal quedó pegada en el fondo.” En
millones de años, la capa madre sumó 23 metros de profundidad.
El
ecosistema es curioso: gracias al invisible contacto entre el mar y la
salina, cuando las mareas suben también suben las napas, y entonces el
agua brota sobre la sal. Parados sobre un bloque blanco, junto a una
tolva que se usa en la recolección, escuchamos más datos sorprendentes:
“Las salinas son de gran extensión, pero sólo se las explota sobre este
lugar: más al oeste hay grandes ojos de agua que no permiten raspar la
superficie del salar porque el peso de los vehículos puede hacer que se
sumerjan en esa laguna y es complicado rescatarlos”.
Atardecer sobre la sal
La
charla y las preguntas se prolongan, a medida que baja el sol: hay
tiempo para recordar que del antiguo pago con sal viene el “salario”, y
que según la superstición es mala suerte pasarla de mano en mano,
simplemente porque era moneda de pago y parte de esa moneda podía
quedar pegada en las manos. Por las dudas, nadie osa mencionar a la
mujer de Lot... Hasta que, nuevamente, los guías invitan a subir al
camión. Un breve trayecto, con el blanco y la nada por todo horizonte,
y estamos ahora en el lugar más fantástico que puedan imaginar nuestros
ojos: es una llanura de sal sin fin, el corazón del Gualicho, el fin de
todo lo conocido, sólo rodeado por las blancas parvas donde se acumula
la sal. Es la hora en que se pone el sol, con el cielo de un celeste
pálido que poco a poco se tiñe de rosa y se va esfumando como en un
improbable cuadro impresionista. A lo lejos se ven los camiones de las
empresas salineras que van regresando poco a poco, hasta dejarnos
totalmente solos en medio de la nada. Corroídos por la sal, ya que la
lejanía del agua dulce impide lavarlos para prolongarles la vida útil,
los vehículos atraviesan la planicie como lejanos fantasmas.
Mientras tanto, entre los visitantes primero reina el entusiasmo: es
la hora de las fotos, de tocar el suelo con incredulidad para
asegurarnos de que aunque parezca nieve estamos realmente parados sobre
un campo de sal, quebradizo y gigante, envueltos en un aire que hasta
parece salado al respirar. Absolutamente plano, este campo es una pista
alternativa para los transbordadores espaciales, si por cualquier razón
tuvieran que aterrizar en un lugar diferente del previsto por los
ingenieros espaciales.
Luego, llega el momento de la
contemplación: un silencio suave cae sobre los grupos que se fueron
formando poco a poco, y un asombro sin palabras va ganando el lugar.
Nuestro guía es el encargado de romper el hechizo, invitando a un
brindis con champagne a la luz de las primeras estrellas, un brindis
que se nos antoja mágico, como suspendido entre el cielo y la tierra.
Noche sobre el Gualicho
Unos
minutos después, bajo un cielo ya oscuro, regresamos al campamento.
Para encontrar una nueva sorpresa: como por arte de magia, aparecieron
junto al camión de apoyo mesas, sillas, manteles, vinos. Hasta se
instaló un pequeño baño químico unos metros más lejos, afortunadamente
bien invisible, visitado poco a poco por los excursionistas. Las
lamparitas que iluminan esta cena a la luz de las estrellas se cargan
en la batería de los camiones, donde también se está cocinando
lentamente el plato al que esta noche haremos los honores: pollo al
disco, en su punto justo, condimentado por expertos y tan delicioso
como cada detalle de esta expedición insólita a uno de los lugares más
remotos del mundo.
Reunidos en grupos improvisados, los viajeros todavía se están contando
anécdotas e intercambiando datos cuando de pronto se apagan todas las
luces, y se enciende el cielo. En la negrura más absoluta, resaltan los
puntos luminosos de millones de estrellas y la estela blanca de la Vía
Láctea: el espectáculo es sobrecogedor, y cuesta despegar la mirada del
firmamento cuando nuestro guía nos invita a dejar las mesas para
sentarnos un poco más lejos, en ronda, a mirar las constelaciones y
escuchar leyendas. Poco a poco, la vista se va entrenando, y la figura
aparentemente caprichosa delas estrellas va dibujando los personajes de
la mitología que desde tiempos ancestrales sirvieron de orientación a
los navegantes: con asombro y hasta cierta pena, nos enteramos de que
probablemente la tercera de las Tres María ya se ha extinguido, y hoy
sólo nos llega su luz, viajando en el espacio desde hace millones de
años, a velocidades casi incomprensibles. Más allá, la Cruz del Sur
indica con precisión nuestra ubicación en el globo, y muchas otras
estrellas van encontrando su lugar en el dibujo de las distintas
constelaciones. En esta noche sin luna las leyendas flotan a nuestro
alrededor, y nuestro guía y relator las va desgranando, tenuemente,
mientras invita a amplificar los astros con un catalejo de visión
nocturna cuyas células fotosensibles aumentan 40.000 veces la luz,
acercándonos las estrellas y convirtiéndolas en globitos luminosos
suspendidos en el espacio, casi al alcance de la mano.
Leyendas a la luz de las estrellas
Entretanto,
van surgiendo los recuerdos y los mitos. Las historias de las travesías
tehuelches hacia el horizonte, donde termina la salina, en busca de la
salvación; los relatos del diablo que se oculta en las depresiones y
lugares oscuros que nadie visita, ofreciendo pactos y tentaciones; las
leyendas de la luz mala y de la mujer que levita, como alma en pena,
frente a los atónitos choferes de los camiones con sal.
Así poco a poco, aunque no lo parece, las horas han pasado. Todos
inmóviles escuchan, algunos sin animarse a mirar hacia atrás, otros
atentos a los sonidos imperceptibles que trae la oscuridad en el
desierto. Aquí, en esta dimensión que parece fuera de las coordenadas
del tiempo y el espacio, ya es más de medianoche. Es la hora señalada,
la hora del regreso, en la que nos toca desandar el trayecto realizado
y volver al mundo real que espera nuevamente en Las Grutas, junto a la
playa, cerca del mar y lejos de la sal. Pero queda, como un eco en los
oídos, el cálido entrechocar de las copas de champagne durante la
puesta de sol en el salar, y como un resplandor en los ojos la luz
infinita de las estrellas que miran hacia abajo, hacia el infinito
manto blanco hundido bajo el nivel del mar.
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