El proyecto presentado por los arquitectos José Rodríguez y Carlos Montes González bajo el nombre del pabellón La Sal ha resultado ganador para San Fernando del concurso convocado por el TAC! Festival de Arquitectura Urbana que organiza el Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana (MIVAU) con la colaboración de la Fundación Arquia.
La idea, que se instalará en la Plaza del Rey, propone activar el potencial de los recursos naturales más abundantes y sostenibles con que cuenta la provincia de Cádiz, cuyo litoral y singular entorno paisajístico constituyen uno de los enclaves naturales con mayor interés patrimonial, arquitectónico e identitario.
La Sal, que aúna sostenibilidad y tecnología, se basa en tres materiales con gran arraigo en lo local: la sal, la madera y el acero. La sal formará parte del basamento del pabellón emulando las tradicionales montañas de sal tan habituales en el paisaje cercano; la madera servirá para contener la estructura. El elemento emergente que recordará los antiguos medios empleados en el transporte y trasiego de la sal se construirá mediante estructuras de acero utilizadas para formar andamios y armazones provisionales.
"En los últimos años la sal ha sido objeto de interés en la investigación de materiales sostenibles. Se exploran formas vanguardistas para su uso en la construcción, el proceso natural de cristalización desarrollando paneles de sal para su uso en arquitectura, materia prima en la impresión 3D o como alternativa al cemento (responsable del 8% de las emisiones de CO2 globales)", apuntan José Rodríguez y Carlos Montes González en la memoria de presentación de su proyecto.
Un proyecto de investigación imbricado en una 'startup' y liderado por el neurólogo Joan Montaner estudia las propiedades saludables de las plantas halófitas de la Bahía, entre las que se encuentra la salicornia.
Más información en Lavozdelsur.es[ALAIA ROTAECHE [4 de mayo de 2024 (20:53 CET)]
En los municipios de Telchac y Dzemul, al Norte de Yucatán, un grupo de hombres ha aprovechado, por generaciones, las charcas salineras de Xtampú. Los llamados hombres de la sal, basan su economía en la sal que obtienen de estas charcas, de las que son guardianes
El dúo de escultores Coderch & Malavia, galardonados con el Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura en su 52ª edición, expondrán su última creación ‘Gigante de Sal’, una escultura en bronce de cuatro metros de altura, al aire libre en la emblemática rotonda de las banderas de La Marina de València.
La pieza que se inspira en la danza Butoh, un baile japonés sumamente expresivo y que transmite el dolor colectivo que se siente tras una tragedia y el resurgir después de la misma, puede conectar muy bien con la sociedad actual que tiene que replantearse cuál será su papel en la reconstrucción social tras la crisis que está causando la COVID-19.
De este modo, el proyecto profundiza en los cambios que se generan tras las grandes tragedias, cuando surge una conciencia de humanidad y de grupo muy fuerte. En este caso, los artistas tratan de expresar a través del cuerpo retorcido del Gigante de Sal la esencia de la vida: caer y revivir, buscando la comunión entre opuestos y sobre todo, tratando de aprender de nuestros errores.
"De nuestro cuerpo emana otro cuerpo: fantástico, monstruoso, intenso, soñado, con sed de eternidad..."
Éste video es un fragmento del espectáculo de danza butoh "Gigante de Sal", concebido e interpretado por Fred Herrera. El autor define su obra como "un canto corporal a la noche antigua, huevo primordial donde el gusano se metamorfosea en mariposa y la momia enterrada con sus tesoros recorre el laberinto de su pirámide bebiendo en el río de la memoria. Danza de la imaginación".
La pieza fue estrenada en Costa Rica el 4 de junio de 2013 en el Teatro de la Danza del Centro Nacional de la Cultura (CENAC). Desde La Sandía nos complace haber realizado este trabajo y brindamos nuestra más sincera admiración a Fred Herrera por haber concebido una obra excepcional.
Disfruto mucho, como sabéis bien, mis queridos lectores, localizando y leyendo en obras antiguas noticias de lo más diversas sobre la sal y la razón no es otra sino porque en un solo grano, dicen, se esconde todo un universo, lo que me permite degustar sabrosos viajes por todo el orbe de la tierra solo con el paladar de la mirada.
Este condimento fue considerado "divino" por Homero, Platón, Plutarco y otros escritores de la Antigüedad clásica, pero hubo también quienes le dieron el apelativo de "oro blanco". El origen, sin embargo, de esta denominación no lo había documentado todavía, no habiendo nunca dejado de buscar. Por fortuna no hace mucho descubrí una epístola latina compuesta entre los años 537 y 538 por el político y escritor latino Casiodoro (en latín Magnus Aurelius Cassiodorus Senator, fundador del monasterio de Vivarium). En esta carta encontré por primera vez una mención de la sal comparada con el oro o más bien tenida en mayor valor, aprecio y estima que el dorado metal.
La epístola completa, en la que Casiodoro, en calidad de prefecto pretoriano, ordena que los tribunos de las costas apresten las naves para llevar vino y aceite desde la provincia de Istria a la corte de Ravena, y en la que habla de la navegación y describe las penalidades sufridas por los marineros, sobre todo en el trabajo de las salinas, la epístola completa, repito, es toda de enorme interés, porque se dice que en ella se aporta la primera noticia histórica sobre Venecia. Ahora, en cambio, quiero que dirijáis vuestra atención al último parágrafo, que a continuación os traduzco así:
Toda vuestra atención está concentrada en las salinas. En lugar del arado o la hoz, hacéis rodar los rolínes ('cylindros'). De allí surge toda vuestra cosecha, cuando encontráis en ellas ese producto que no habéis fabricado. Allí se puede decir que se acuñó el dinero de vuestra subsistencia... En la búsqueda de oro puede haber alguien indiferente, pero no hay nadie que no desee encontrar sal, y con razón, ya que a ella se le debe que cualquier comida puede ser muy gustosa.
Este pasaje de la obra de Casiodoro me interesa sobremanera por dos razones: en primer lugar porque en ella encuentro que se menciona la sal por vez primera comparada con una moneda, por sí decirlo, "de subsistencia", es decir, como una especie de vitualla y dinero para la vida y el sustento más necesario que el oro, de ahí que no haya nadie que no quiera tener y poseer una mina de sal o una salina marítima, así como le ocurría al gran Cicerón, el Arpinate, quien defendía con denuedo la posesión de "sus salinas". En segundo lugar, esta epístola de Casiodoro despierta mi interés porque por primera vez también encuentro citado un instrumento propio de las salinas llamado cylindrus en latín.
Vivo, como sabéis, en Cádiz, una apacible provincia española abundante en salinas tanto de interior, pero sobre todo marítimas. Por ello he visto más de una vez a salineros trabajando en los tajos con el rastrillo o la pala (rastrum aut batillum), pero debo reconocer que nunca los había visto usando este tipo de cilindro que podéis contemplar en la imagen arriba adjuntada que encontré en cierto libro sobre las salinas de Canarias, eso sí, después de mucho buscar. Este utensilio, según parece, recibe diferentes nombres según las zonas de la tierra en las que se cultiva el "oro blanco", como, por ejemplo, en España, donde, también según la zona, se dice "rulo", "rodillo", "rolín", "aplastadora", "cilindro", si está hecho de cemento o piedra de molino, pues si es de madera, recibe otras denominaciones, como "pisón" o "maza", en cuyo caso, sin embargo, no tiene forma de cilindro, sino de martillo, aunque en ambos casos se usa como la pavicula romana, con la cual se apisonan y nivelan las eras, como Marco Porcio Catón antaño escribió al ilustrar su preparación (Tratado de agricultura 129):
Haz de la siguiente manera la era donde se trilla el grano: cávese la tierra por menudo, espárzase bien alpechín y que lo embeba lo más posible. Desmenuza la tierra y allánala con el rodillo ('cylindro') o con el pisón ('pavicula'); cuando esté allanada, no la dañarán las hormigas y, cuando llueva, no habrá lodo.
Este instrumento, según parece, sirve para preparar las eras no solo de tierra, sino también de sal. Nuestro romano gaditano Columela también describió con más detalle el modo de preparar la era en estos términos (Res rustica II 19, 1):
También la era, si fuese terriza, con el fin de que esté bien dispuesta para Ia talla, debe rastrillarse primero, cavarse después, y regarse con alpechín libre de sal mezclado con paja, pues haciéndolo así el grano queda a salvo del pillaje de ratones y hormigas; entonces se nivelará y compactará mediante pisones ('paviculis') o una piedra de molino ('molari lapide'), y tras echar paja encima se volverá a apisonar y se dejará así que el sol la seque.
Quizá penséis que no es importante saber y aprenderse los nombres tan numerosos de instrumentos pertenecientes a los diferentes oficios y que es suficiente, si acaso, con aprenderse dos o tres más definitorios. Pero todo depende del oficio que desempeñéis, mis queridos lectores. Si Plinio el Viejo, así pues, pensaba que "los seres humanos no podían vivir civilizadamente sin sal" y si para Cicerón no había nada más querido que "la posesión de sus salinas", que para él equivalía a la virtud romana de la urbanitasque conduce a la humanitas, por esta razón será necesario que nosotros, cultivadores de lenguas, y en especial de la latina, aprendamos bien y correctamente todos los instrumentos que pertenecen a los estudios humanísticos y a su cultivo, cuyos nombres ¿sabríais decirme por azar, mis queridos lectores, cuáles y cómo son?
Imagen tomada de aquí y adaptada por mí para este blog.
Un sencillo sistema de enfriamiento que funciona por energía solar pasiva podría proporcionar refrigeración de alimentos a bajo costo y enfriamiento de espacios habitables sin acceso a la red eléctrica. El sistema, que no tiene componentes eléctricos, aprovecha el potente efecto de enfriamiento que se produce cuando se disuelven determinadas sales en agua. Después de cada ciclo de enfriamiento, el sistema utiliza energía solar para evaporar el agua y regenerar la sal, lista para su reutilización.
Entre 1631 y 1634, una buena parte de la sociedad vizcaína mostró de forma airada y violenta su malestar por el aumento abusivo de la presión fiscal y de los precios
Que el pueblo pierda la paciencia es algo que no ha sucedido de forma frecuente a lo largo de la historia. Ahora bien, cuando pasa, el enfado es tan monumental que adopta la forma de rebelión e, incluso, puede llegar a convertirse en una revolución. Lo que ocurrió en Vizcaya entre 1631 y 1634 no llegó a tal grado de radicalidad, aunque sí reflejó la hartura de un sector de la sociedad -campesinos y comerciantes- que se sintió literalmente estafado. Aquella sonada protesta ha pasado a la historia con el nombre de la rebelión de la sal.
¿Por qué una referencia tan 'sabrosa'? La Real Orden del 3 de enero de 1631 estableció un aumento del precio de tan preciado producto, nada más y nada menos que en un 44%. Al mismo tiempo se comunicó al Regimiento de Vizcaya, órgano de gobierno del Señorío, que embargase de forma inmediata toda la sal para que, en adelante, sólo se pudiera vender por cuenta de la Real Hacienda. Obviamente, aquella medida era una auténtica locura. Un gesto déspota sin precedentes. En definitiva, un contrafuero en toda regla, puesto que vulneraba la libertad foral de comercio y el principio de exención fiscal. ¿Qué le ocurría a la Corona de España? ¿Acaso no eran los Austrias, representados entonces por Felipe IV, defensores a ultranza del ordenamiento foral vizcaíno? Nada había en su política de Estado que llevase a concluir que pretendiesen uniformizar sus dominios sobre la Península. Entonces, ¿qué razón había para aquella violación del derecho foral?
No obstante, esto no pareció preocupar a los amotinados. Cuando estalló la rebelión, en septiembre de 1631, la defensa a ultranza del fuero no fue una bandera de lucha explícita. Es más, existieron reclamaciones de muy diversa índole con un punto en común bien definido: su oposición a una constante y abusiva presión fiscal. Y es que toda queja parecía residir en el constante aumento de impuestos impulsado por una monarquía que, lejos de querer atentar contra el ordenamiento foral, lo único que pretendía era mantener su ruinosa política imperial en el norte y centro de Europa. Felipe IV, al igual que su padre y su abuelo, decía defender la ortodoxia y la fe, pero lo hacía a costa de empobrecer a su pueblo. Así, sus necesidades de dinero para mantener activa la maquinaria militar no sólo se reflejaron en un crecimiento exagerado de la fiscalidad, sino que provocaron una devaluación monetaria que supuso un peligroso aumento de los precios. Esto era lo que de verdad dolía a los vizcaínos, que desde mucho tiempo atrás sufrían la aplicación descarada de impuestos sobre los productos de consumo. Claro que, para que esto ocurriera, alguien debía de aprobar semejantes gravámenes. Así era. Sin ir más lejos, en 1629, el rey recurrió a las Juntas Generales para que le concediesen un donativo. Éstas, controladas por los miembros de la aristocracia rural vizcaína, muy bien conectada con los círculos de poder de la Corte, no tuvieron mayor problema en satisfacer la petición real. Lo que hacían era establecer impuestos indirectos a recaudar en las aduanas, que gravaban productos tales como los paños, la lana y el ganado. También se gravó el comercio de pescado y el vino. Con ello estaba muy claro a quién o a quiénes hacían daño.
Cuando el 23 septiembre de 1631 estalló el conflicto, las iras de los sectores afectados se dirigieron no sólo contra los representantes del rey, sino contra aquellos, los junteros, que habían permitido que se llegase a esa insultante situación. Tan exaltados estaban los ánimos aquel día, que hubo que posponer la sesión veinticuatro horas. Es posible que aquella medida fuera peor, porque el 24 de septiembre se congregaron unos 1.500 vecinos que exigieron «que se hablase en vascuence para que todos entendiesen lo que se dijera» y «que no debían de ser Diputados los que vistiesen calzas negras, esto es, los que se sustentaban como caballeros, sino las personas sencillas». Obviamente, ante semejante presión popular, se suspendió la aplicación de la disposición real. Molesto y contrariado, el Corregidor se hizo cargo del asunto y se mostró totalmente decidido a implantar como fuera el estanco de la sal. Esta fue la gota que colmó el vaso y el detonante inmediato de que llegase la sangre al río. En octubre de 1632, se dio muerte al procurador de la Audiencia del Corregidor. Campesinos, marinos, curtidores, sastres y demás miembros de múltiples oficios se movilizaron en Bilbao. Reclamaban a las autoridades municipales el levantamiento de todos los últimos impuestos aplicados. Las mujeres de los artesanos llamaban la atención de las esposas de las autoridades y les decían que «ahora sus maridos é hijos serían alcaldes y regidores, y no los traidores que vendían a la república». Esta presión dio sus frutos y los amotinados consiguieron que se bajasen los impuestos.
(Aritz LOIOLA/FOKU)
Cabecillas ejecutados
La última protesta se produjo en febrero de 1633. Unos 2.000 marineros y campesinos, armados hasta los dientes, se dieron cita en Gernika, en plena Junta General, para obligar a los junteros a que tomasen medidas favorables. No a los nuevos impuestos sobre el comercio, no a más pagos excesivamente gravosos empleados en la represión del bandolerismo y no a todos los impuestos y restricciones que se les venían aplicando de un tiempo a esa parte. Tan sólo una reivindicación hacía referencia al asunto de la sal, lo que indica hasta qué punto la cuestión de su estanco y aumento de precio no fue más que la chispa, la excusa que prendió los ánimos de la gente.
La represión que puso fin a la revuelta comenzó en mayo de 1634. El día 24, se detuvo a los seis principales cabecillas del movimiento, se les juzgó y se les dio muerte. Todo indicaba que los comerciantes bilbaínos habían cambiado de estrategia ante la radicalización de los acontecimientos. Ellos no querían una revolución social, en absoluto. Por eso la represión se orquestó desde Bilbao a cambio de que el rey levantase los impuestos. Finalmente, ese mismo año de 1634, la Corona decretó el perdón para los amotinados y tomó la decisión de no aplicar el estanco de la sal.
Creada la Mesa de la Acuicultura y la Salicultura en San Fernando
El Ayuntamiento isleño impulsa la creación de este órgano, que anuncia ya unas jornadas sobre el cambio climático para noviembre y un programa de educación ambiental específico
REDACCIÓN
El Ayuntamiento de San Fernando ha impulsado, junto a las principales organizaciones sectoriales de la acuicultura y la salicultura, la constitución de la Mesa desde la que se trabajará para revitalizar estas actividades productivas, al tiempo que se pondrán en marcha acciones para velar por el medio natural y para centrarse en la lucha contra el cambio climático.
Cualquier población puede tener o habilitar un centro comercial, e incluso cualquier lugar puede pugnar por erigirse en sede de convocatorias excéntricas, pero no tantas saben encontrar dentro de su historia, de su naturaleza y de su misma esencia, la llave sencilla y singular de su solidez
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